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Un hombre no reconoce a una mujer. Al final de una fiesta, Gabriel –así se llama– no reconoce a una mujer parada en lo alto del primer descanso de las escaleras. ¡Era su esposa!, advierte el narrador del último cuento de Dublineses. ¿Cómo es que un hombre no reconoce a su propia esposa? No la reconoce porque no hay relación sexual ni hay La mujer. Gabriel comienza a ver a su mujer, Greta, transfigurada escuchando una canción. Advierte en ella algo que nunca antes había notado. Joyce abre una brecha en el tiempo. Encuentro, la llamará Lacan; epifanía, la llama el escritor. La brecha no es retórica, es un enigma entre líneas. Gabriel intentará descifrar a su mujer a la que percibe como el símbolo de algo. Joyce juega con fuego hasta arrancarle una frase: "Se preguntó qué significaba una mujer de pie en una escalera en la sombra escuchando una música distante". Si fuese pintor, la pintaría y llamaría al cuadro Música distante.
Para Gabriel, el instante del encuentro introduce una ruptura en el saber. No sabe quién es su mujer ni en qué estará pensando. No sabe qué hacer con Greta. Pero él no retrocede, quiere saber, entonces tendrá que hablar con ella, lo que hasta ese momento no hizo en todo el cuento. Joyce escribe la imposible conversación de los amantes. Así arribamos a nuestra situación "el chalet de montaña" que tendrá lugar en un hotel rodeado de nieve, después de la fiesta.
En una habitación, un hombre y una mujer conversan. Gabriel somete a su esposa a un interrogatorio inquisitorial provocando su llanto hasta hacerla caer rendida en la cama. Greta llora tendida en la cama mientras piensa en otro hombre, Michael Furey. Él solía cantar la canción que la cautivó hace pocas horas en las escaleras de la fiesta. A los 17 años murió por ella. El rival de su marido es un muerto. La batalla está perdida de antemano, Gabriel condenado a la impotencia. "Él nunca había sentido algo así por ninguna mujer, pero sabía que ese sentimiento tenía que ser amor". Pero eso no es todo.
Greta se queda dormida mientras su marido sigue pensando. De repente, Joyce introduce una ruptura formal en su cuento permitiéndole a Gabriel abrir otra ventana distinta a la del fantasma. Sin moverse de la cama, gira su cabeza hacia la ventana y escribe un poema. ¿Qué escribe? Escribe la nieve, como Saer la lluvia. Eso que escribe no es exactamente lo que ve, su nieve no es especular. Hay en su poema un doble efecto de metáfora y agujero. Metáfora de lo que se le escapa de su mujer como la nieve entre los dedos o, mejor aún, como la nieve escapa al escritor, dejando huellas. Algo se escribe. Al igual que la carta de amor, el poema de la nieve viene al lugar de lo que nunca llega a decirse.