La divina voluptuosidad, guía de vida.1 Con esta cita de Lucrecio terminaba Gide su prefacio a la edición americana de su Corydon2. En una especie de coming out anticipado, defendía el derecho a la existencia de las distintas formas de homosexualidad. Cuando se publicó por primera vez en Francia, en 1920, temía que se produjera un escándalo, pero, con mucho pesar, comprobó que su pequeña obra suscitaba una relativa indiferencia. Hacía poco habían callado los cañones de la Gran Guerra y con ellos el vigor del puritanismo de su infancia en el siglo XIX. Hoy, en tiempos del matrimonio para todos, la crítica considera a este libro como anticuado y esto, sin duda, antes de que los defensores de la mojigatería wokista lo pusieran en el índex, al menos si todavía piensan en leerlo.
Solo Lacan reconoció en él algo más que un panfleto, en su "Juventud de Gide…" escribió: "una asombrosa síntesis de la teoría de la libido"3. Más tarde, en febrero de 1972, durante las charlas en Sainte-Anne pronunciadas junto a su seminario …o peor, volvió a hablar de él, situándolo en lo que llamó el estado actual del pensamiento, que solo reconoce sentido a lo que se postula como normal:

[…] por eso André Gide quería que la homosexualidad fuese normal. Y, como quizá les hayan llegado ecos, hay una multitud que va en este sentido. En un santiamén eso caerá dentro de la campana de lo normal, a tal punto que tendremos nuevos clientes en psicoanálisis que vendrán a decirnos: Vengo a verlo porque no mariconeo normalmente4.

Lacan añadía, y en esto también era el único que lo decía, que Gide no era homo. Lacan nos da entonces dos Gides para leer: uno explosivo en 1958, que se asombraba al descubrir algo del goce: el otro normal, en 1972, que lo ahoga en lo que es una forma de relación.
Este pequeño libro consta de cuatro diálogos, que Gide pretendía socráticos, entre un médico al que llama Corydon, en referencia al pastor de Virgilio, y su adversario, un hombre honesto, figura de la opinión más o menos ilustrada. Este texto es un Jano con una parte de pastoral que ha envejecido mal –Corydon pretende fundar una nueva teoría del amor que demuestre la superioridad del amor griego, que se encuentra incluso en el reino animal, al que invoca para mostrar lo real de la cosa– y otro en el que él mismo hace comentarios que se parecen extrañamente a los nuestros. He aquí algunos de ellos: "Afirmo que ese famoso 'instinto sexual' que precipita irresistiblemente un sexo hacia el otro […] no existe"5; "No es la fecundación lo que busca el animal, es simplemente la voluptuosidad. Busca la voluptuosidad, y encuentra la fecundación por azar"6; la voz de la naturaleza "dice tanto a un sexo como al otro, ´¡goza!"7; "Uno y otro [macho y hembra] simplemente buscan gozar"8. Después de nuestros hermanos los animales, Gide llega a nuestros hermanos los humanos con esta perla:

Afirmo que, en la mayoría de los casos, el apetito que se despierta en el adolescente no es de una exigencia muy precisa; que la voluptuosidad le sonríe, cualquiera sea el sexo de la criatura que la dispensa, y que esta le debe más a las lecciones del exterior que a la decisión del deseo. Digo que es raro que el deseo se precise por sí mismo y sin el apoyo de la experiencia9.

El programa edípico o la experiencia, el fantasma o el encuentro, el automaton o la tyché, la relación necesaria o el azar, la cuestión de qué es aquello que lo determinó preocupó a Gide durante el resto de su vida. Osciló en este dilema preguntándose si se había convertido en homosexual a causa de su viaje a Argelia a los 25 años o si ya lo era antes sin saberlo. Era una pregunta sin respuesta, pues ambas cosas son verdaderas al mismo tiempo. Existe el programa y el encuentro, el primero permanece como letra muerta hasta que el segundo lo inviste. En El hueso de un análisis, Jacques-Alain Miller plantea que no es la articulación significante la que da cuenta de la investidura libidinal que atrae, sino los encuentros imprevistos vividos por el sujeto. Estos tocan partes de nuestro clavijero lógico, de nuestro saber inconsciente a los que invisten haciéndolos de este modo activos. Una idea se mantiene como idea hasta que el goce del cuerpo no la consagra. En términos freudianos, señalaba, el fantasma permanece sin efectos sintomáticos hasta que no haya recibido, por los azares de la existencia, su investidura libidinal10. Agreguemos que esta cuestión fue para Gide mucho más patética ya que el verdadero encuentro que determinó su destino no se produjo con un muchacho en las arenas del desierto a los 25 años, sino a sus 13 en la casa familiar del Havre cuando se encontró, para su enorme angustia, con el deseo de una mujer, su tía, considerada por el entorno como sin fe y sin ley. El Gide de Lacan no fue pues homo porque fue determinado por un trío de hechiceras fatídicas, su madre, su tía y su mujer; determinado sigue siendo vago, feminizado sería más preciso ya que es como mujer que él se encuentra, Lacan dixit, "como deseante se halla trocado en mujer".11
Gide fue algo más que un lector aficionado de Freud, llegó incluso a estar un poco celoso de él. Lacan menciona su pesado "Freud, imbécil de genio" y su chiste aún mejor sobre la "moda de la edipemia"12 de los salones parisinos de la época. Gide consideraba haber hecho freudismo sin saberlo, todavía quería que Freud escribiera un prefacio a la edición alemana de Corydon, e incluso decidió que Gallimard publicara la primera traducción francesa de los "Tres ensayos…". Sobre el tema que nos ocupa, habría podido decir más acertadamente que "me parece que Freud tiene una tendencia exagerada a reducirlo todo a la sexualidad; más bien habría que ampliar el sentido de la palabra voluptuosidad"13.
Eso es lo que hace nuestro concepto de goce que llega mucho más lejos que la voluptuosidad con la que soñaba Gide, ya que este es una satisfacción que no se apega a lo que causa placer a un sujeto, sino que puede llegar hasta a hacerle mal.
No es solo dolor, sino también extravío, ya que el ser hablante es sexuado, mientras que el goce no lo es14. Digamos que se apodera del sujeto sin previo aviso, de forma inesperada y, sobre todo, sin tener en cuenta su sexo. A ello le sigue una ausencia de relación que lo sume en la confusión. Nacido varón, Gide fue así llevado por azar, no por necesidad, a desear, incluso a gozar, como una mujer. Hay pues en Gide una prueba de la ausencia de relación sexual.

[1] Texto presentado al final del último Congreso de la AMP 2024 como introducción al tema del próximo Congreso de la AMP 2026.
[2] Gide, A., Corydon, Romans et récits. Oeuvres lyriques et dramatiques, t. II, París, Gallimard, Coll. La Pléiade, 2009.
[3] Lacan, J., "Juventud de Gide o la letra y el deseo", Escritos 2, Buenos Aires, Siglo veintiuno, 2009, p. 725.
[4] Lacan, J., El Seminario, Libro 19, …o peor, Buenos Aires Paidós, 2012, p. 69.
[5] Gide, A, Corydon…, op. cit., p. 82.
[6] Ibid., p. 84.
[7] Ibid., p. 92.
[8] Ibid., p. 105.
[9] Ibid., p. 125.
[10] Cf. Miller, J.-A., El hueso de un análisis, Buenos Aires, Tres Haches, 1998, p. 44; Freud S., "Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad", Obras completas, Vol. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1984.
[11] Lacan, J., "Juventud de Gide o la letra y el deseo", op. cit., p. 717.
[12] Ibid., p. 712.
[13] Les Cahiers André Gide, 7 : Les Cahiers de la Petite Dame, t. IV, 1945-1951, París, Gallimard, 1977, p. 103.
[14] Cf. Lacan J., El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Buenos Aires, Paidós, 2008.

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